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Una obra: Penitentes de Cuenca (José Ortiz Echagüe, 1939)


Los penitentes de Viernes Santo embozados con capirotes suben apoyándose sobre el báculo de las velas por las empinadas cuestas en escalera de Cuenca como parte de la procesión de Viernes Santo. Al fondo un impresionante paisaje de roca, muros escarpados propios del recorrido. La imagen presenta los tonos y texturas característicos del autor.
Penitentes de Cuenca, José Ortiz Echagüe (1939)

Tras haber abordado temáticas vinculadas a los tipos populares y a los castillos de España, en la década de los 40, José Ortiz Echagüe se enfrenta a la temática religiosa. Por una parte, su intención no es otra que plasmar en sus imágenes la religiosidad del pueblo español, y por otra está motivado por la idea de que, al igual que había ocurrido con los protagonistas de sus series anteriores, la modernidad iba a hacer desaparecer todo ese mundo.

De esta manera, Ortiz Echagüe recorre España captando con su cámara templos y edificios eclesiásticos, monjes y religiosas en sus monasterios, costumbres y tradiciones, como romerías y procesiones, que en ocasiones rezuman una profunda hondura espiritual, y en otras se traducen en alegres y folclóricas celebraciones festivas.

Dentro de estas fotografías resulta de sobrecogedora belleza Penitentes en Cuenca, fotografía teatral y dramática, a su vez impregnada de un fuerte misticismo. La imagen se articula mediante una compleja composición, con un punto de fuga central que discurre entre macizos pétreos que, a modo de telón teatral, enmarcan un escenario en zigzag por el que avanzan los penitentes en la procesión de Viernes Santo. Estos, tétricos y fantasmales, con las colas de los hábitos desplegadas marcando un ritmo silencioso y solemne, empequeñecen frente a la monumentalidad de las rocas que los rodean, e intimidan al espectador, que contempla sobrecogido y en silencio la escena. La fuerza de la imagen nos devuelve nuestra propia mirada, y nos lleva a preguntarnos qué pecados expían los penitentes o cuál es la promesa que les mueve.

Junto a ello, nos abruma la presencia de la naturaleza, al igual que lo hiciera a los románticos alemanes, a Kant o a Burke, quienes expresaron mediante el concepto de lo sublime la insignificancia del hombre frente al medio natural. Idea que en esta obra se une a la percepción de Dios, conceptos ambos  inalcanzables para el hombre, que empequeñece ante su presencia. En este sentido, no podemos olvidar las palabras de Miguel Herrero, en su prólogo al libro España mística, publicado por Ortiz Echagüe en 1943: “¿Puede negarse ninguna sensibilidad al estremecimiento de lo divino ante el espectáculo de compunción de los Penitentes de Cuenca, que parecen conmover hasta el pétreo escenario de su fantástico desfile?”.

Todo en esta imagen se articula sobre contrarios, lo tangible con lo intangible, lo espiritual con lo físico, la intimidad de los penitentes frente a la plasticidad y visualidad de la fotografía, la corporeidad del paisaje frente a lo misterioso de los penitentes. Y al mismo tiempo, la dicotomía de percepciones que se refleja en esta obra, se refuerza gracias a la técnica empleada en su positivado, el carbón directo sobre papel Fresson, que hace que la imagen pierda en definición en aras de una mayor plasticidad.

Equipo de exposiciones y artes visuales del Museo Universidad de Navarra